La expresión de emociones

Feb 12, 2015 | 0 Comentarios

Las emociones alguna vez nos hemos planteado ¿qué son?, ¿para qué valen?

Con las prisas del ritmo de vida actual parece complicado tener tiempo para pasarse en estos temas. Con suerte tenemos algún minuto para pensar en algo que no sea trabajo. Cómo para pensar en emociones. Pero, ¿esto a la larga nos viene bien?

Si pensamos en emociones nos pueden venir a la mente: imágenes, sensaciones, recuerdos…Pero es complicado definir lo que son. Poner palabras a este concepto. Igual que es difícil definir qué son,  también puede resultar complicado expresarlas. Comunicarlas y compartirlas con otros.

Sólo tenemos que hacer una simple pregunta para comprobarlo: ¿qué sientes? o ¿qué sentiste?

Os animo a preguntar a alguien conocido. La respuesta puede ser algo parecido a: “estoy bien, estoy mal…”.Si no tiramos del hilo y seguimos insistiendo las respuestas suelen ser breves.

Automáticamente pueden ir seguidas de explicaciones racionales, de motivos, de racionamientos acerca de por qué, cómo y cuándo…Esas explicaciones normalmente viene más acompañadas de detalles e información. Ante nuestra pregunta pueden contarnos que se sintieron mal ante una situación. Y sólo decirnos “mal” y en cambio contarnos con todo lujo de detalles el acontecimiento muchas veces con diálogos incluidos. ¿Y qué significa “mal”? “Mal” no es lo mismo para una persona que para otra. Aquí  entra la subjetividad de cada uno, y podemos estar dejando de lado un montón de información importante.

No estamos acostumbrados a expresar nuestras emociones, solemos dejarlas en segundo plano. No les otorgamos ningún tipo de importancia. Como si fuera algo secundario y no sirvieran para nada.

Ponemos etiquetas muy generales a nuestros sentimientos: “Estaba enfadado, sentí rabia, estaba nervioso…”. No es general que pongamos más de un calificativo a lo que expresamos, aunque muchas veces por dentro existan multitud de matices y diferencias.

A lo mejor no nos hemos percatado de los diferentes sustantivos y adjetivos que podemos poner para expresar lo que nos sucede. Y de todo lo que perdemos al no expresarlo. No sólo que la otra persona pueda entender mejor qué nos pasa, si no el beneficio que conlleva para nosotros.

Quizá esto se deba a que no estamos acostumbrados a hacerlo. En cambio, el expresar razonamientos lógicos, buscar motivos y respuestas, es algo que sí que hacemos en nuestro día a día. Es algo que está bien valorado en nuestra sociedad y por lo que somos premiados al hacerlo.

A todas horas estamos intercambiando información, pero suele ser información muy poco cargada de peso emocional.

Recibimos desde que somos pequeños muchos conocimientos, lecciones básicas para la vida, pero a veces andamos algo escasos de educación emocional. No se nos enseña a expresar y a canalizar lo que sentimos. Se supone que no es importante o que de alguna manera intuitiva tenemos que aprender a hacerlo.

La educación no repara en este detalle y a veces nos encontramos ya como adultos formados, que no sabemos cómo expresar y resolver nuestras emociones.

En cambio, sí que de una manera más o menos explícita se dan mensajes de que hay que controlar las emociones y qué no es bueno que  los demás las conozcan, ya que puede ser un signo de debilidad.

En el caso de los hombres, por razones culturales y de estereotipos, este mensaje suele estar más presente. Se les exige un control extra en todo lo relacionado con lo emocional. Se ha identificado un ideal de hombre alejado de su parte emocional. Como si un hombre lo fuera más por negar su parte emocional. No hace falta ser un experto en la materia, ni estar muy sensibilizado con el tema, todos  hemos escuchado mensajes de este tipo: “Los hombres no lloran”, “Expresar emociones es de nenas”, “Si  los otros saben que sientes lo utilizaran para atacarte”.

Están tan presentes en los patrones de educación, que sin apenas darnos cuenta estos mensajes se interiorizan y en mayor o menor medida nos los llegamos a creer.

Las emociones tienen su importancia, y su utilidad. No están únicamente para usarse cómo inspiración de canciones o novelas. O no aparecen mágicamente cuando nos enamoramos.

Son útiles y por eso perduran y no las hemos perdido con la evolución.

Por ejemplo la ansiedad nos ayuda a movilizar nuestros recursos ante algo incierto. Como si nos agudizara el ingenio. Trabajar bajo cierta presión nos ayuda a rendir más. La tristeza y lo que conlleva, nos facilita el pararnos a pensar sería como un momento de reflexión sobre lo que nos ha pasado. Cada emoción tiene su función y su importancia.

Si intentamos negarlas o no prestarle la atención adecuada, antes o después van a salir. De ahí que muchas personas puedan tener episodios de descontrol de su ira o enfado. O que de repente nos veamos desbordados por algún acontecimiento que no tiene en sí mismo tanta importancia.

Muchas veces detrás de esto se encuentran emociones que no están resueltas.

Hay que aprender a hablar de lo que sentimos, buscar palabras a aquello que nos acontece por dentro. Muchas veces es útil escribir lo que nos pasa, ya que ponemos nombre y forma a aquello que nos preocupa. Es una manera de procesarlo y elaborarlo. De saber a qué nos enfrentamos, y cuando sabemos esto, es más sencillo atajarlo y darle una solución.

Otra forma de expresar sentimientos de una manera útil para nosotros es expresarlo a través del arte o el deporte. Incluso mediante el teatro o la dramatización.

Una persona emocionalmente sana es aquella que saber percibir sus emociones, expresarlas y canalizarlas de algún modo. Cada uno puede encontrar el modo en que las elabora mejor, no hay fórmulas mágicas. Pero el ponerle palabras ya nos ayuda. Sólo hace falta poner un ejemplo para entenderlos cuántas veces nos hemos martirizado con un problema que tenemos en la cabeza. Y ha sido contarlo a alguien y sentirnos mejor. Incluso al oírnos a nosotros mismos contándolo el problema no parecía tan grave.

A la larga nos va a beneficiar en todos los ámbitos de nuestra vida, y debemos cogerlo como un hábito bueno para nosotros. Y ofrecerle la importancia que tiene. Simplemente es dedicarnos un tiempo a nosotros mismos para investigar qué sentimos y ponerle nombre y apellidos. Buscar más de un adjetivo y analizar que circunstancia nos lo ha provocado.

 

 

 

 

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